Piezas

A veces lo que hacemos o construimos se cae a pedazos en un instante y luego, las piezas hay que buscarlas en lugares insólitos. Inhóspitos. Que el viento las esparce a su antojo y se posan allí donde no las puedas encontrar.

Que cada elemento de aquella Ciudad Perdida que tanto anhelamos y luchamos por elevar se desmorona trozo a trozo y se hace todo en pedazos, como los del zapato que alguien me hizo y que, cada vez que lo miro no se si las piezas van hacia él o se desprenden hacia otro lado.
La fuerza de atracción es algo compleja. Si juntas dos imanes y los dejas justo a 2 mm sin tocarse, se zarandean y acaban repeliéndose. Como cuando en un montón de hojas de otoño dejas un pequeño espacio entre ellas para que pueda correr el viento y se las lleve consigo.

Ir en tren a buscarlas es sin duda lo más cómodo, puedes ir sentado, y te dejas llevar. Así como el viento se lleva a las hojas. Aunque yo prefiero ir andando cabeza abajo y creer que en realidad voy del derecho y lo demás está del revés. Que el extremo inferior de mi pelo revolotea igual que las hojas al viento, y me conducen hacía ellas. Diferente es, si el viento cambia, y en vez de venir del levante viene de poniente.
Que las puntas no se confuden solas, el viento las confude...

Que todos aquellos pasajeros que prefieren ir sentados corren el riesgo de tener que hacer trasbordo, y que si saltas de un tren a otro cuando no toca, cuando quieras volver al anterior, ya lo habrás perdido.