Le escribo desde un lugar inubicable para usted.
Tengo que decirle que recuerdo con asombrosa nitidez el dia que le nombraron Capitán y usted decidió acogerme como tripulante de su navío. Quizá el único, quizá el más importante. Y me siento con el deber de hacerle memoria y recordarle que me prometió algo que no cumplió. Me prometió un viaje sin fin ni llegada.
Tubimos algunos obstáculos durante el trayecto a ninguna parte, que nos hizo parar en algunos puertos. Pero eso es de entender, pues el tiempo trae tormentas imposibles de predecir. Aun así, volvimos a zarpar. Una y otra vez. Hasta que enloqueció. La brújula o el timón se debieron estropear, porque de pronto empezó a perder el control, y el rumbo. Poco a poco nuestra embarcación envejeció, y se deterioró. En cuanto ví la amenza de hundimiento me lanzé al agua, hasta llegar a tierra firme. Me pasé dias y meses intentando saber de usted, mi capitán. Llenando el mar de lágrimas saladas que deslizaban de mis mejillas. Hasta que comprendí que no volveria. Al parecer las olas se lo habian llevado todo consigo, sin dejar rastro ni de la embarcación, ni de usted. Es una lástima que no puedieramos compartir más dias de viaje, pero hoy, desde este lugar, debo decirle que soy Capitana de mi propio barco, pero esta vez, con rumbo y con destino.